(3) El amuleto



En una de las ocasiones en que nuestro padre vino a vernos nos trajo a cada uno pequeños recuerdos. Era muy celoso en la protección de los ajuares que encontraba en sus excavaciones, por lo que nunca tuvimos en la mano ningún objeto de aquella procedencia. Si no pertenecen ya a la cultura desaparecida no pertenecen a nadie, solía decir. Pero alguien se hace cargo, ¿verdad?, le preguntaba mi madre. Las autoridades, respondía él con una confianza en éstas que aún no quebraba definitivamente. Ellas deben gestionar el mantenimiento de su patrimonio. Pero yo sé que lo decía con ciertas dudas. Toda la vida había tenido lugar un expolio y seguía habiéndolo. Evidentemente, detrás estaban siempre los compradores extranjeros, pero quienes lo ejecutaban directamente eran de los nuestros. Redes de gente a todos los niveles y de todos los estamentos; individuos especializados en sus aviesas prácticas, unos robándolos en la época en que no había trabajo en los yacimientos, otros transportándolos clandestinamente, otros más proporcionando documentación falsificada o visados buenos pero amañados y consentidos. La corrupción involucraba a los más pobres en cuanto a número, pero tenía cómplices en todas las esferas de la administración civil o religiosa. Y esos altos cargos resultaban los más decisivos y los que más se beneficiaban del latrocinio.

Toda mi vida he llevado conmigo aquel pequeño ídolo que mi padre había adquirido en el mercado de una ciudad del desierto. Él nos dijo al entregarnos los obsequios: podéis hacer con ellos lo que queráis, pero estoy convencido de que os darán buena suerte. Creo que solo yo lo he portado siempre encima, en un bolsillo, en la cartera. Mis hermanas los metieron en alguna de sus cajas de recuerdos, como ellas decían. Yo convertí el recuerdo en amuleto. Ahora mismo lo tengo en mi mano, lo acaricio, lo aprieto a cada descarga atronadora en que la tierra se convulsiona. Aquí abajo, en este refugio bajo tierra que construimos deprisa y corriendo en el vecindario cuando estaba cantado que el lejano invasor iba a arremeter contra nosotros.